La buceada de la vergüenza


En el imaginario colectivo [1] la narcosis es uno de los males con mayor probabilidad de ocurrencia, aún en aquellas a unas pocas decenas de metros de profundidad, pero al mismo tiempo más inocuos que los buzos podemos sufrir en la mayoría de nuestras buceadas.
Sin embargo esto es cierto solo a medias, ya que de inocua la narcosis tiene muy poco. Sobre todo porque nosotros mismos no le prestamos la atención que sabemos deberíamos darle; al menos hasta que se nos presenta un problema.

Es que hasta la propia idea generalizada de la narcosis como un efecto de embriaguez es tremendamente desafortunada para con la seriedad que el tema se merece.
Mucha gente no toma en serio el peligro de manejar con un par de copas de alcohol arriba; esperar que tomen precauciones especiales por la narcosis, si la ven como el efecto de una suave ingesta alcohólica de fácil y rápida solución, es pedir demasiado.
Pero la verdad es que las consecuencias de la narcosis, dependiendo de las circunstancias en las que nos encontremos, pueden llegar a ser terribles. La incapacidad de pensar con claridad y actuar con destreza puede fácilmente conducirnos a una tragedia.

Yo mismo durante mucho tiempo pensé que tanta alharaca por la narcosis era pura exageración. Después de todo, si algo se soluciona con ascender unos pocos metros o pies, no puede ser taaaan peligroso. Me cansé de decir una y otra vez que si bien creía que era un tema importante, hasta ese momento no había sufrido sus efectos en carne propia. Estaba equivocado.
Cuando comencé a agregarle helio a la mezcla descubrí rápidamente que en el pasado había sido víctima de la narcosis muchas pero muchas veces y que simplemente no lo había interpretado como tal.
Mirando hacia atrás me pregunto a mi mismo cómo pudo suceder; los síntomas estaban allí, ahora los reconozco, la teoría la tenía en la cabeza, ¿cómo no saqué las conclusiones correctas?

A los golpes se aprende. Lamentablemente para mi, el haber comprendido que la narcosis era muy pero muy real, y que la solución estaba al alcance de mi mano, no fue suficiente. Mucho tiempo después de haber tomado verdadera conciencia de ella, aún continuaba siendo corto de vista con respecto al conjunto de factores que en ella intervenían.
La atribuía fundamentalmente a una cuestión de profundidad y minimizaba la influencia que otros factores, ampliamente documentados, tienen en su ocurrencia. Como parte de ese comportamiento le restaba importancia al hecho de que la edad [2] y el cansancio físico [3], sobre todo cuando ambos se combinan, tienen un rol importante en todo este asunto. Después de todo siempre me consideré una persona fuerte, y no iba a considerar al cansancio como un impedimento. Hasta que pasó lo que tenía que pasar y en una buceada, cansado y sin haber dormido adecuadamente la noche anterior, mi instinto de supervivencia se apagó por completo.

Tuve la suerte de que se trataba de una inmersión bastante sencilla, sin descompresión obligatoria, sin penetración, poco profunda, en aguas cálidas y luminosas. Durante la misma, estaba perfectamente consciente de que el gas se me estaba acabando. Una y otra vez veía la aguja del manómetro descender, descender mas, y seguir descendiendo. Era perfectamente consciente del hecho de que me estaba quedando sin gas para respirar, pero por extraño que parezca nunca se me pasó por la mente la necesidad de comenzar el ascenso. No tomé conciencia de estar sufriendo algún efecto narcótico, para mi todo estaba perfecto conmigo. Hasta que pasó lo que tenía que pasar: me quedé sin aire [4].

Afortunadamente no pasó a mayores. Siempre buceo con un cilindro redundadante (Pony, como la llamamos por estos lugares); hice el cambio y ascendí. Si bien solucioné el percance, no puedo dejar de lado el hecho de que mi imprudencia y mi falta de criterio lo provocó. Cuando miro hacia atrás en lo que respecta a mi actuación como buzo, esa es mi buceada de la vergüenza. ¿Cuál es la suya?



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[1] De los buceadores, obviamente.
[2] Cinco décadas no es lo mismo que 20 años. Se nota, se siente, y es necesario tenerlo en cuenta.
[3] Tal vez sea una consecuencia de ese comportamiento “a lo macho”, que nos nubla la visión con respecto a aceptar que uno está cansado o fuera de forma física. También podría llamársele lisa y llanamente estupidez.
[4] Ese día y en esa buceada no fui el único que sufrío efectos profundos de narcosis. Uno de mis dos compañeros de buceada, también los padeció en esa primera buceada de la mañana. Habíamos recorrido 940 kilómetros hasta el sitio de buceo, sin dormir y turnándonos la manejada para no aburrirnos.