30 May
30May

Para muchos de nosotros la palabra buceo es de cierta manera casi un sinónimo de buceo de naufragios. Y no es para menos, el buceo de naufragios es una de las grandes ramas que el buceo recreativo posee.

Pero hay de todo en la viña del señor; a otros les gusta bucear en cuevas o minas abandonadas, bajo hielo, e incluso caminar grandes distancias entre valles y colinas buscando aquel nuevo lugar donde poder zambullirse para saciar sus ansias de aventura.

Soy muy consciente, sin embargo, que el grueso de los buceadores lo son de aguas abiertas y prefieren entornos de arrecifes tropicales y similares.
Me imagino que a muchos de ellos, la idea de bucear en entornos cubiertos, que en ciertas oportunidades podrían llegar a parecerles un tanto claustrofóbicos, puede no atraerles demasiado.
En algunos casos podrían llegar a pensar que todo esto de meterse en laberintos de hierros retorcidos es una locura, o al menos evidencia indiscutible de que algunos buceadores no podemos esperar a llegar a aguas cálidas y nos tiramos en cualquier charco a bucear lo que tengamos a mano.
Si bien puede que haya algo de verdad en esto último, la realidad es bastante diferente, el buceo de naufragios es una modalidad que apasiona a sus adeptos. Decir que les es emocionante es quedarse cortos; es y se siente como la concreción de una hazaña. Sin duda que para muchos es el motivo último de bucear.
Hay que probarlo para entenderlo.

Pero mi gusto y obsesión por los restos de naufragios recién comenzó tres o cuatro años después de haber buceado mi primer naufragio en el océano. Al principio éstos eran para mí algo extra con lo que en algunas buceadas nos podíamos topar. A pesar de que al hacerlo me llamaban la atención y quería explorarlos, no eran el objetivo de mis buceadas. Incluso en aquellas buceadas en las que el plan fuera concretamente ir a un naufragio puntual.
Esas exploraciones a las que me refiero eran siempre exteriores, con muy poca penetración “en la zona de luz”, como aprendí luego que se denominaba a dicha práctica. En otras palabras, los naufragios eran la excusa, la marca geográfica en la cual se iban a desarrollar algunas buceadas, pero el bucear y las buceadas eran mucho más que esos naufragios.
Sin duda ese el sentimiento que la mayoría de los buceadores comparten. En mayor o menor medida les gusta bucear naufragios, los recorren, de alguna manera se emocionan, pueden ser el objetivo de una o más buceadas en concreto, pero no son el objetivo último de bucear.

Recuerdo que la primer buceada de naufragios auténtica que realicé fue en Motauk, en el extremo norte de Long Island, Nueva York, como parte de una certificación de introducción al buceo técnico. El naufragio fue el Grecian [1], un carguero cuyos restos se encuentran a 25 metros u 80 pies de profundidad, hundido en 1932 a causa de una colisión.
De él solamente queda un campo de trozos esparcidos por el fondo, resaltando entre todos ellos las calderas como casi las únicas estructuras reconocibles. Fue una buena buceada, pero el objetivo real no era bucear el naufragio sino completar la certificación mencionada.
Desde el punto de vista del buceo de naufragios fue una buena buceada; aunque sin pena ni gloria. El buceo en entornos de baja visibilidad, tal y como habitualmente lo es en la costa Noreste de los EEUU, es un gusto que muchas veces debemos trabajar en adquirir. Y en este caso puntual, y dada la falta de experiencia que en aquel entonces tenía en ese tipo de entornos, fue una buena práctica de tendido de línea.

El comienzo del cambio en mi gusto por los fierros retorcidos fueron unas vacaciones que tomamos con mi hijo menor para bucear en Carolina del Norte y Florida, en el centro y sur de la Costa Este de los EEUU. En ese viaje descubrí que los naufragios me resultan apasionantes y que los arrecifes, por contraste, me aburren. A partir de ese momento el saltar al agua no volvería a ser un simple pasatiempo para disfrutar la ingravidez y ver coloridas plantitas y animalitos, sino que sería la manera de visitar y recorrer restos de naufragios, explorar lúgubres pasadizos, muchas veces sin luz natural, y en algunos casos reconocer que estoy siendo testigo de evidencia largamente olvidada de verdaderas aventuras y tragedias.

Recuerdo que en aquella oportunidad la estrella del viaje fueron los restos del Hyde, una draga de 65 metros de eslora (largo) hundido como arrecife artificial en 1988 a 30 kilómetros de la costa de Wilmington, en Carolina del Norte. Es un naufragio poco profundo, 25 metros u 80 pies a la arena, que tiene algunas peculiaridades interesantes.
Su estructura está bastante en pie, con algunos recintos y pasadizos que invitan a recorrerlos. Se encuentra en agua clara y cálida, lo cual lo hace apto para todo tipo de buceadores; no hay que ser fanático de los naufragios para disfrutarlo. Buceadores de aguas abiertas, acompañados por un instructor, divemaster, o al menos un compañero más experimentado, pueden sacarle unos cuantos asombros y suspiros a la buceada.
Por su fuera poco, habitualmente es frecuentado por un gran número de tiburones, lo que le da un interesante complemento a la aventura de navegarlo.

Ésa fue la primera vez que pude apreciar un naufragio casi en su totalidad al mirarlo de cierta distancia. Los naufragios de Nueva Jersey, ubicada unos 600 kilómetros más al norte, ofrecen un panorama completamente diferente, la visibilidad es mucho menor, el agua es considerablemente más fría y los peces son generalmente mucho menos numerosos. No dejen que estas palabras los engañe, también hay en contadas ocasiones tiburones y algunos bastante grandes, pero son una rara excepción y no la norma, al menos en la mayoría de los naufragios cercanos a la costa.

Hoy en día bucear en el Noreste [2] tiene para mí un atractivo especial. Tal vez porque lo hago frecuentemente, tal vez porque la aventura de bucear en tinieblas me atraiga de alguna manera especial, o tal vez por aquello de la zorra y las uvas [3].
Aquí el buceo de naufragios se realiza cargando múltiples tanques, reeles, DSMBs y bolsas de elevación, linternas, implementos de corte y unos cuantos etcéteras, todo por duplicado o triplicado. Y por supuesto que también se necesita una mayor protección térmica que la comúnmente utilizada algunos cientos de kilómetros más al Sur.
Todo ello, aunque parezca mentira, hace que el buceo en estos naufragios se asemeje más a la idea de expedición que nos viene a la mente cuando lo mencionamos, que a la idea de buceo como el resultado de saltar al agua a ver que pasa, que a los buceadores de arrecifes tropicales se les dibuja cuando escuchan la palabra buceo.

No quiero dejar esto por aquí sin aclarar mis dichos sobre bucear en arrecifes. No es que no me guste ver corales, a Nemo, a Dory, y una enorme abundancia y variedad de vida marina; pero después de 30 o 40 segundos minutos ya me siento abrumado por tanta belleza [4] y, debo admitirlo, los minutos parecen horas. Para colmo tengo siempre muy presente que a esa profundidad [5] la reserva de gas que llevo conmigo me tiene condenado a reservados 40, 50 o 60 minutos más de tanta hermosura.



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[1] https://njscuba.net/dive-sites/new-york-dive-sites/long-island-east-chart/grecian/ 
[2] Ese “Noreste” referencia a la costa Noreste de los EEUU, donde habitualmente buceo. A menudo aclaro que reconozco que semejante simplificación puede resultar molesta, por varias razones que no vienen al caso, a diferentes buzos de otras partes, pero que lo hago porque gran parte de la literatura, ya sea de varias agencias certificadoras de alcance mundial o de un puñado de libros, incluidos algún Best Seller que otro, así lo hace.
[3] La zorra, en la fábula de Esopo, al no poder alcanzar un racimo de uvas con el que se encontró, se dice a sí misma que están verdes.
[4] Léase en tono sarcástico. No porque no sea bello el panorama, sino porque para mi gusto le falta emoción.
[5] ¿5 o 10 metros o 15 o 30 pies?