17 Feb
17Feb


No soy reportero, por lo tanto no soy imparcial en ni en mis escritos ni en lo que digo; en realidad ni intento serlo. Comparto mi parecer, mi opinión, nada mas. Puedo no ser verídico, sin quererlo o intencionalmente, para con los hechos que quiero contar. Puedo estar equivocado, y por su propio bien asuma que lo estoy.

Es cierto, soy instructor de buceo, pero a menos que esté frente a mi, en una clase formal, en la cual ambos hayamos acordado explícitamente que se trata de una clase, cualquier diálogo o correspondencia que mantengamos, cualquier texto mío que lea, cualquier actividad práctica que emprendamos NO debe ser vista como instrucción de mi parte. Mi única intención en éste y otros medios es compartir opiniones con otros buzos, con mis alumnos, con amigos, nada más, nada menos.

No venga después a decir que algo que le sucedió fue culpa mía, que me hizo caso y tuvo un percance. Sentido común, madurez y entrenamiento adecuado son insustituibles. Si usted bucea lo hará bajo su propio riesgo. Lo que unos, me incluyo, hagan o comenten por aquí y por allí seguramente no será adecuado para otros, en otras circunstancias. No haga caso sin pensar, sin analizar, de lo que lea o escuche. Tómelo todo exclusivamente a modo de anécdota. Averigüe, entrénese adecuadamente, busque consejo profesional en persona. Su vida y la de terceros puede depender de ello.

Umberto Eco [1] ha mencionado en varias oportunidades la injusta y peligrosa tendencia de las redes sociales de disimular las difernecias entre expertos y charlatanes, legitimando falsamente las palabras de éstos últimos de manera desproporcionada. No brindan marcos de referencia para que quienes escuchan o leen a ambos puedan darle a cada uno la atención que se merecen. Una de sus afirmaciones fué: “[El drama de] Internet [es que] ha promocionado al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad”. Cuidado, el tonto del pueblo puedo ser yo, o culquier otro que usted pueda leer vagabundeando por la red de redes. Piense, luego exista [2].


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[1] Umberto Eco fué un afamado escritor y filósofo italiano contemporáneo. Tal vez lo conozca por algunas de sus obras, como ser El Nombre de la Rosa y El Péndulo de Foucault. Se ha hecho una película de la obra El nombre de la Rosa, con Sean Connery en el papel de un centrado investigador que debe resolver una serie de asesinatos en un monasterio Franciscano del siglo 14.
[2] Ese no fue Umberto Eco, sino René Descartes en su “Discurso del método” (“yo pienso, por lo tanto soy”, “cogito ergo sum”).